La historia de amor entre Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni es la de una pasión tan ardiente como inolvidable marcada, primero, por el destino; luego, por las diferencias culturales y, finalmente, por una amistad de hierro.

Todo comenzó en el otoño de 1970, durante una cena organizada por Roman Polanski en Londres: así se conocieron Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni, que le llevaba 19 años.
El actor italiano estaba irreconocible: llevaba la cabeza rapada, gracias a un nuevo personaje. Así que su apariencia intrigó en principio a la actriz francesa, pero bien pronto la atracción operó y su naciente complicidad se transformó en un intenso idilio en el siguiente verano, durante la filmación del filme Liza de Marco Ferreri. La química entre ambos no pasó desapercibida para nadie.

Fue justamente la francesa la que dejó deslizar el nombre del italiano en la oreja de la directora Nadine Trintignant, que trabajaba en su filme Ça n’arrive qu’aux autres.
Con ambos actores como protagonistas de esa cinta, al final de su rodaje eran toda una pareja. No se dejaron más y se mudaron juntos al 16e arrondissement de París.
“La película terminó, Marcello se quedó en mi vida”, confió la actriz al medio Le Soir illustré.

Sin embargo, su historia de amor nacía en un contexto delicado. Deneuve estaba divorciándose del fotógrafo David Bailey y Mastroianni, aunque en ese momento separado, permanecía casado con Flora Carabella.
El apego del actor a la cultura católica italiano le impedía encarar el divorcio, a pesar de las numerosas separaciones que su esposa toleraba.
Esa inestabilidad creó una compleja relación entre los tres protagonistas, en la que la actriz francesa ocupaba el lugar de “la otra mujer”.
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En mayo de 1972, Catherine Deneuve dio a luz a su hija Chiara, lo que dio un giro a su relación con Marcello Mastroianni. Si bien la maternidad llenaba a la comediante, también acentuaba su malestar frente a una situación que no colmaba sus expectativas.
Ella, que valoraba la libertad en sus relaciones, comenzó a resentir los límites de ese amor no-oficial.
Dos años más tarde, la diva del cine francés puso término a la relación, alegando diferencias culturales, de lengua y de educación como obstáculos infranqueables.
Eso sí, lejos de ser una separación dolorosa, dio lugar a una amistad indefectible.
Juntos criaron a su hija y continuaron frecuentándose con amabilidad y respeto.

Su complicidad se mostraba sin complejos, como cuando, ya separados, aparecieron juntos en la ceremonia de los César.

Su vínculo permaneció intacto hasta el último suspiro de Marcello, en 1996.
“Quedamos siendo los mejores amigos del mundo”, solía decir él.
*Con información de Madame Figaro, Gala, Le Soir illustré.
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