
Por Lola Mendoza
Chela es una mujer grande. Ronda los 60 años. Antigua representante de la burguesía paraguaya, ahora venida a menos le toca mirar casi desde un afuera cómo su vida se ha ido despojando de la misma manera que lo hace su casa: para paliar su nueva situación económica, mucho de su interior está a la venta y se esfuma de sus manos.
Es lesbiana y vive desde hace muchos años en pareja con Chiquita. Chela no tiene dominio ni siquiera sobre ella misma, Chiquita es quien todo lo controla.
Cuando esta última debe enfrentar una pena de cárcel por problemas con el fisco, Chela comienza al fin a descubrir su mundo y sus posibilidades.
Así como la casa se convierte en símbolo del despojo en que fue tornándose su vida, un auto viejo lo hace en símbolo de su liberación: aunque no posee registro del coche, el primer acto de rebeldía de Chela (que nace un poco también de la necesidad) es convertirse en remisera (que es como se suele llamar desde hace mucho en el sur de Suramérica al oficio del taxista particular; a ese que creen los estadounidenses que inventaron con Uber. El Uber es un servicio de remise, con app móvil).
Y es ahí, con esa primera transgresión, como -aún sin mucho darse cuenta- comenzará su tránsito desde la opresión hacia la búsqueda personal. Nunca es tarde.
Lo que no se dice-no se muestra forman parte de la sensible y sutil mirada con la que el director paraguayo (que también escribió el guión) Marcelo Martinessi aplicó su bisturí en «Las herederas», película que -como en su momento las chilenas «La nana» o «Gloria»- se atreve a mirar a la mujer desde otro lugar. A la mujer mayor y, más que paraguaya o latinoamericana, universal.
Un magnífico trabajo emocional y estético en el que todo juega en función de la intimidad y de lo profundo: la iluminación, los planos, los gestos.
Y es en los gestos en lo que sobresale fuertemente la protagonista. Ana Brun consigue transmitir al espectador toda la ternura y la angustia del mundo interior de su personaje con una fuerza y una energía que, como el guión, lo menos que necesita son palabras.
Los mandatos sociales, el estatus económico, la edad en la mujer, la identidad sexual: todos, temas que aborda este filme. Más que como mensaje construido, como mensaje a construir por el que lo mira. Esta es de las películas que no termina con los créditos: sigue creciendo más allá de ellos. Sin el mínimo ánimo panfletario, es un discurso por la libertad.
Con estreno fijado para el último trimestre del año, «Las herederas» llegará a México con dos Osos de Plata del Festival de Berlín y un premio Fipresci a cuestas.
Entre otros países (como Uruguay, Alemania o Noruega), Francia forma parte de la coproducción. Esto, porque el realizador logró ganar una beca de Cine-Fundación (Cinéfondation), brazo académico del Festival de Cannes. Esta beca le permitió vivir cinco meses en París para escribir el primer borrador de guión.
A propósito de su presentación en el Festival Internacional de Cine de Guanajuato, Martinessi se tomó unas horas para platicar con la prensa el lunes 30 de julio en la Cineteca Nacional de México.
Ya conocimos a las chilenas «Gloria» y «La nana» que, salvando la distancia entre sus historias, nos muestran a mujeres maduras. ¿Está el cine latinoamericano mirando a la mujer desde otro lugar?
MARCELO MARTINESSI. Creo que en América Latina… te puedo hablar de Paraguay en particular pero creo que se puede trasladar mucho a América Latina. En Paraguay las mujeres son importantísimas. Paraguay es un país que fue reconstruido por las mujeres después de las guerras, incluso se le dice «el país de las mujeres» en muchos análisis antropológicos. Yo me crié en una sociedad de mujeres (madre, tía, vecina, abuelas…). Entonces, al moldear una historia de Paraguay me era orgánico y natural poder trabajar a partir de las mujeres.
Y en el caso de la edad, de las mujeres maduras: yo tengo muchas amigas mujeres de esta edad que trabaja la película y a veces me molesta mucho la caricatura. A las mujeres muy mayores en el cine se las tiende a caricaturizar. Me parecía interesante darles un arma de desarrollo. Muchas partes del guión las escribí con estas mujeres. Me parecía lindo poder hacer este trabajo de ida y vuelta, que fuera muy orgánico a la historia y porque en la película en particular, por todo lo que hay detrás, por todo lo que no se dice, era muy importante el tiempo: que las mujeres me dejaran que las filme sin maquillaje, que se sintiera el tiempo en sus caras.
La decisión de la intimidad en la película, desde lo que no se dice-no se muestra, ¿fue una decisión artística, estética o política?
Creo que un poco de todo. El cine que hoy vemos es demasiado, como decimos en Paraguay, «en tu cara». Todo para que a los 10 minutos ya te sientas cómodo y sepas más o menos todo lo que pasa en la película. Y esa no es la experiencia humana cotidiana. Hoy te conozco a ti, pero tú no me dices todo. En la experiencia de conocer a alguien siempre es mucho más interesante lo que esa persona no cuenta y se va descubriendo con el tiempo y la manera de relacionarse. Ese es el cine que me gusta, el cine en el que uno no tiene todo resuelto.
Entonces la decisión fue un poco política, un poco estética, un poco narrativa. Era un poco jugar con ese cine que a mí más me interesa porque creo que yo no soy de esos escritores que se va a su escritorio, escribe algo y luego lo filma. Yo trabajo muy colectivamente. Escribo una idea que en los ensayos va cambiando de forma. Continúa ese cambio en el rodaje. Continúa aún en la edición.
En el sentido de lo que no se muestra, ¿te parece acertada la lectura simbólica, en tu película, de la casa en relación con el despojamiento que vive la protagonista y del auto en relación con su edad (el auto es viejo) y como vehículo de liberación?
La casa que se vacía, como todas las cosas que se vacían en la vida, da lugar a las cosas nuevas. Se van los muebles, pero entran otras sensaciones, otras formas.
En el caso del vehículo, era más como comenzar a manejar tu propia vida, que siempre fue manejada por otra persona. Un poco lo que pasó con nuestra sociedad: siempre fue manejada por estos «Papá Guazú», que en guaraní quiere decir «padres grandes».
¿Aunque haya sido una sociedad (la paraguaya) más matriarcal que otra cosa?
Sí, pero el país fue guiado políticamente por hombres. Y, en algún momento, cuando esos hombres se van es cuando tuvimos la oportunidad de comenzar a manejar nuestro propio destino como sociedad. En la película hay un poco de eso.
¿Cómo se siente que tu primer largo de ficción se estrene con dos Osos de Plata del Festival de Berlín?
Para mí ya era muy lindo poder estrenar en Berlín. Después de tener este gran reconocimiento con los dos Osos de Plata y con el premio Fipresci nos ha ido muy lindo en los festivales a los que hemos ido. Yo creo que aún no me dio mucho tiempo de pensar, de reaccionar. Ha sido un festival tras otro desde Berlín; mucho viaje, mucha promoción.
Pero creo que se siente bien. ¿Sabes por qué?, porque creo que eso nos garantiza (y empleo la palabra «garantía» con precaución) que le va a dar vida a la película, que va a seguir existiendo.
¿Alguna vez te planteaste que la mirada hacia una película que aborda el lesbianismo en la casi tercera edad pudiera ser más interesante o menos polémica para el público europeo que para que el público latinoamericano?
Realmente me costó en la etapa de desarrollo pensar en el público, en la manera en la que iba a ser recibida la película. Traté de trabajar sin pensar para nada en la manera en la que podía ser recibida sobre todo en Paraguay, que es una sociedad muy conservadora. Me dije: tengo que hacer la historia que quiero hacer y la historia que me salga escribiendo sin necesidad de ponerle muros. Porque justamente creo que «Las herederas» trata acerca de esos encierros que nosotros tenemos: dentro de una clase social, dentro de una relación… Y me dije que para poder contar una historia de encierros yo necesitaba estar libre en el momento de escribir. Me parecía muy importante poder contar la historia primero y ver qué pasaba con ella.
Creo que la historia es sumamente pudorosa en un momento en el que el cine ya no es pudoroso y muestra todo.
La manera en la que, en una escena de la película, se refieren a una de las mujeres que está en una fiesta: «esa, que parece un mitaí» («mitaí» es niño, en guaraní. N de la R). Me parecía que ellas, habiéndose criado en una sociedad como la paraguaya -tan cerrada, tan conservadora- iban a tener algún grado de homofobia.
Me parecía que esta historia de una pareja de lesbianas que es de alguna forma homofóbica tenía que ser contada con mucho pudor, con mucho cuidado. Era lo único que tenía muy claro al momento de escribir.
¿Cuál es el estado del cine independiente paraguayo? ¿Por qué se lo conoce menos que al argentino, al chileno o al mexicano, por ejemplo?
Porque tuvimos décadas de oscuridad. Tuvimos décadas en las que no hubo cine. El fenómeno del cine paraguayo es muy reciente. Ahora se hacen entre tres y cinco películas al año. El 5 de julio se promulgó una primera ley de cine que va a crear un instituto, una cinemateca, fondos concursables.
Por eso vengo a la Cineteca de México y me dan ganas de quedarme a vivir acá. Me parece que este lugar es un privilegio para cualquier comunidad cinematográfica.
Tengo la esperanza de que en algún momento en Paraguay haya algo que sea 10% o 5% de lo que es esta cineteca porque realmente nosotros la tenemos todavía muy difícil para hacer cine y para ver cine. Creo que una sociedad como la de Paraguay necesita mirar al futuro, necesita el cine desesperadamente.
¿Algún mensaje para el público mexicano?
«Las herederas» es una película paraguaya hecha por un montón de gente a las que yo en este momento estoy representando. Por eso me cuesta decir «mi película» y no «nuestra película» y creo que el público mexicano no tiene mucha ocasión de conocernos. Nosotros quizás conocemos más a México porque los mexicanos han sabido hacer que parte de su cultura viaje un poco más. Entonces, me parece una linda oportunidad de saber algo de Paraguay y de ver también cuáles son nuestras similitudes y nuestras diferencias.
Creo que van a encontrar en «Las herederas» una historia muy paraguaya pero también muy latinoamericana. Ojalá que se conecten con la película. Para mí es un placer que vaya a tener una corrida comercial en México.
«Las herederas»
Director: Marcelo Martinessi
Con: Ana Brun, Margarita Irun, Ana Ivanova
Paraguay (y Francia, Alemania, Noruega, Uruguay, Brasil), 2018.
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