
No solo la del romance, también una de las ciudades europeas más sucias: esto sería París para el medio británico The Guardian.
«Parisinos que viven en el Boulevard Saint-Martin, eje principal este-oeste al norte del Sena, la semana pasada descubrieron que los plátanos a lo largo de su calle habían sido «etiquetados» con graffiti. Pero no es nuevo: las puertas de los apartamentos, los frentes de las tiendas, las jardineras, los bancos y las farolas han estado cubiertas de etiquetas durante semanas. Meses, incluso.
A lo largo del bulevar hasta la emblemática Place de la République, un aspecto lamentable a pesar de un lavado de cara de 20 millones de euros hace seis años, las personas sin hogar duermen en las puertas o en los bancos, con bolsas de dormir sobre sus cabezas. Las aceras están llenas de scooters y bicicletas eléctricas abandonadas y salpicadas de heces de perros y colillas de cigarro. Un hombre que camina hacia el oeste abre un nuevo paquete de cigarrillos y tira el papel de celofán y plata al suelo.
La ciudad de la luz y del romance se ha convertido en una ciudad vieja y sucia o, como la llaman los locales, Paris poubelle (París basurero)».
La fuerte imagen que retrató The Guardian tuvo varias réplicas en las redes sociales. Parece que en mucho es cierto: los habitantes de la ciudad reconocen que viven en un ambiente que ha devenido cada vez más poco salubre y seguro.
Por su parte, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, fue clara: «No vamos a poner un basurero detrás de cada parisino. Hace falta que cada ciudadano se haga cargo», respondió, y añadió que el problema no es tanto de presupuesto o de acciones públicas sino uno educativo; es decir, producto de la educación de los parisinos.