
Por Lola Mendoza
Después de su hija de 18 años, Sarah, el aserradero familiar representa toda la vida de Saïd. Durante años, difícilmente ha conseguido mantener a flote su empresa, principalmente para sus empleados. Hasta que un día uno de ellos se sirve del aserradero para esconder un auto lleno de droga.
Dirigida por el realizador Julien Leclercq (Braqueurs, L’assaut…), esta película francesa concebida originalmente para la televisión que viene de estrenarse en Netflix es la excusa perfecta -que se agradece- para ver a Sami Bouajila (Saïd) en todo su esplendor histriónico como héroe de acción.
Este actor ha logrado construir un registro emocional distintivo y unos recursos interpretativos considerables. No necesita decir para mostrar: él, sencillamente, es sus personajes y los comunica desde sus profundidades psicológicas. Además, no es esta la primera producción en la que trabaja con este director: estos dos tienen más que mordida su fórmula como equipo.
Si bien es Bouajila el principal atractivo de esta propuesta, hay que decir que la mezcla aquí entre thriller, acción y melodrama resulta inteligente y atrapante: no se trata nada más de las peleas y los disparos o del conflicto con el narco. El trasfondo del hombre desesperado por, antes de que el tiempo se le acabe, ayudar a su hija (muda y sorda, además) procura a la narración una sensibilidad que brilla.
Lástima que, en el desarrollo de los personajes secundarios, no consiga el filme mayor victoria. Eso sí: los escenarios boscosos, húmedos y oscuros apoyan al drama, haciéndolo más interesante.
Punto extra para la dirección: el género no es nuevo para Leclercq, lo que hace que las pequeñas fallas no hagan incómodo en ningún momento el visionado.
Y muy incómodo podría haber resultado el hecho de que, al adelantar en exceso la acción, en lugar de dejar a la masa fermentar, el pan no alcanzó el punto ideal de la miga.
Guerra en el aserradero
La terre et le sang
Julien Leclercq; Francia-Bélgica, 2020