Estos son los clichés de ‘Emily in Paris’ que enfurecieron a los parisinos

Pocas miradas reflejan tan bien y con tanta fuerza la París imaginaria que muchos estadounidenses tienen por real como la de la nueva serie de Netflix, Emily in Paris.

Y pocas series han conseguido enfurecer tanto a los parisinos.

Recorrimos las redes sociales francesas y varios medios de comunicación franceses para intentar recoger lo que fue la recepción generalizada de este seriado.

Vamos a recordar, primero que nada, de qué va esta historia: Emily -por una situación azarosa- es enviada, por la agencia de publicidad para la que trabaja en su natal Estados Unidos, a París. Su misión: integrarse al desarrollo de una marca que se lleva en conjunto y, no podía ser de otra manera, enseñar a los franceses cómo se trabaja en la tierra del Tío Sam.

Porque, claro, los estadounidenses, se sabe, todo lo hacen mejor y más efectivo (?).

Además, el departamento al que llega para vivir en él es a uno que, convenientemente, tiene un gran ventanal que permite una mirada exclusiva hacia la tour Eiffel… Ah, pero esto, desde -supuestamente- una chambre de bonne. Estas habitaciones, en realidad, son pequeños departamentos que quedaban separados de las grandes casas burguesas. En general, se habilitaban en los desvanes, la única luz con la que contaban provenía de ventanas de techo, no tenían baño y se destinaban a la servidumbre.

Convengamos en que, de partida, ya el relato se hace antipático. Encima, Emily (Lily Collins), como cualquier estadounidense promedio, llega a Francia sin hablar una jota de francés: ¿para qué? ¡El mundo todo debe, sí o sí, hablar inglés!

A partir de ahí, comienza la fuerte cadena de ideas preconcebidas, más que bien señaladas por los habitantes de la Ville Lumière.

¿Cuáles son algunas de ellas? ¡Aquí van!

Los parisinos, todos, son malas personas y antipáticos

En la agencia parisina a la que llega Emily a enseñar los «buenos modos» de trabajar a la estadounidense, todos la tratan mal de entrada. ¿Y por qué? Solamente porque sí. Se supone que ese el modo común de comportarse con una nueva compañera.

Las esposas aprueban a las amantes de sus maridos

Si bien es cierto que los franceses tienen fama de infieles -una encuesta de hace un par de años los ubicaba cerca de ser los más infieles de Europa- y no son pocos los presidentes de Francia que tuvieron sonadas relaciones extramaritales, nada parece indicar que a sus esposas las haga felices esta situación, al punto de aprobar o no a las novias de sus maridos.

Los franceses no se bañan

…especialmente después del sexo. En una de las «ilustradoras» conversaciones que mantiene Emily con su amiga de origen chino -otra extranjera que, apenas con un salario de niñera, puede manejarse y darse gustos en la mejor zona de la capital francesa (?)-, esta última le explica que el mal olor común en el metro parisino se explica sobre todo por una razón: los hombres heteros franceses no se bañan después de tener relaciones sexuales porque es importante para ellos mantenerse impregnados con el olor del acto amoroso.

Todo el mundo (o casi) es blanco, delgado y hermoso

Aunque París -y Francia toda, la verdad- es o devino una enorme suma de culturas, razas y orígenes étnicos, en esta París de Emily algo así como 90% de las personas son caucásicas (muy), delgadas y modeladas con cincel.

Para rematar, al único personaje negro al que se invita a formar parte de la trama se lo caricaturiza en su orientación sexual: es un homosexual con maneras risibles, como se supone que serían los gays.

Todos los hombres son patanes

Con la sola excepción del muy apuesto vecino de la protagonista, los hombres heteros son unos patanes. Burdos para tratar a las mujeres, sobrepasados a la hora de flirtear. Así, según lo que plantea esta producción, un parisino puede, de la nada, decirle en la oreja a cualquier mujer venida de fuera que «aman las vaginas extranjeras».

Si es parisino, es culto… Si es culto, es snob…

La verdad, mucho no se entiende qué entienden los escritores de esta serie por cultivo intelectual pero poner en la boca de un personaje que ir a ver/escuchar el Bolero de Ravel es más «culturoso» que hacer lo propio con el Lago de los Cisnes es un poco-mucho.

Lo mismo, hacer ver que alguien con cierto cultivo intelectual debe, necesariamente, ser un estúpido.

En París, está al alcance de todos ir siempre en taxi

Fuera de la referencia sobre el olor a sexo en el metro, a este no se lo ve a lo largo de la temporada. Parecería, entonces, que en esta ciudad cualquiera puede manejarse todo el tiempo en taxis o Uber. Es decir, el salario mínimo ha de estar, según esto, por los 8.000 euros en promedio.

En Francia se trabaja mucho menos que en EEUU…

Porque lo más importante es el placer y pasarla bien. Bajo esta óptica, claro, es el país de Donald Trump el que se levanta como el coloso del trabajo, el desarrollo y la productividad.

Tantas fueron las críticas que Netflix debió salir en defensa:

« Les films et séries n’ont pas forcément vocation à être réalistes, l’idée c’est quand même de nous sortir de notre quotidien et de nous faire rêver un peu ». Après avoir détaillé plusieurs clichés de la série, la vidéo conclut : « Mais finalement, tout ça n’est pas très grave, car c’est une fiction »

«Los filmes y series no tienen, forzosamente, vocación de ser realistas. La idea es al menos sacarnos de nuestra cotidianidad y hacernos soñar un poco. Pero, finalmente, todo esto no es muy grave, ya que es una ficción».


Claro que este es solo un resumen: hay todavía más clichés para reírse un rato con la visión desacertada y hasta atrevida de esta trama que en solo 10 episodios inflamó al mil los ánimos franceses.

¿Nos compartes los que pudiste pescar por tu parte?


Somos Coucou Lola !, por Lola Mendoza: una periodista empedernidamente francófila.

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