
La historia de París -y de Francia, al fin- encierra relatos de terror que hoy son considerados leyendas urbanas o misterios sin respuesta.
Ahora que un nuevo Halloween está por llegar, nos proponemos dar un pequeño paseo por algunas de estas historias.

EL FANTASMA DE LA ÓPERA
Quizás ustedes ya escucharon hablar sobre la célebre novela de Gaston Leroux, El Fantasma de la Ópera, y hasta puede que también sobre la leyenda del lago bajo la Ópera Garnier. Pero, ¿qué saben sobre el propio fantasma? ¿Conocen cómo nació esta leyenda?
En el año 1873, un joven pianista llamado Ernest acabó desfigurado luego del incendio del Conservatorio de Música en el que él participaba.
Su prometida, que era una bailarina con mucho futuro, murió en ese mismo trágico incidente.
Lleno de dolor y temeroso de lo que las gentes pensarían de su nueva apariencia, ahora desfigurada, Ernest habría buscado refugio en la bóveda de la Ópera Garnier para vivir justo al lado del célebre depósito del lago -bajo la estructura del edificio- viendo en él un modo de protección en caso de incendio.
El músico habría consagrado el resto de su vida a su arte y a la realización de su obra: un himno al amor y a la muerte y habría vivido en las galerías subterráneas del metro de la Ópera Garnier hasta su muerte.

EL BARBERO LOCO Y EL PASTELERO SANGUINARIO
¿Ya sabían que la película de Tim Burton, Sweeney Todd, tiene una base real?
En el siglo 15, un barbero y un pastelero aceptaron colaborar en un mórbido emprendimiento que desarrollaron en una esquina de dos calles que fueron borradas durante la construcción del Hotel Dieu de París.
Al organizarse, dividieron sus funciones: el barbero cortaría la garganta de sus clientes, desmembraría sus cuerpos y enviaría las partes directamente al cocinero, a través de una trampa que conectaría a ambos establecimientos. El cocinero se encargaría de cocinar la carne humana para preparar tartas de diferentes tamaños y sabores.
Así lo hicieron y cuentan que estas tartas convirtieron a la panadería/pastelería en una de las más buscadas.
El negocio les fue viento en popa hasta que sus crímenes fueron descubiertos. Ocurrió que el perro de una de las víctimas olió algo raro… y comenzó a ladrar fuertemente, lo que alertó a los vecinos. Estos acabaron descubriendo una especie de cava pestilenta, llena de los utensilios que se usaron para desmembrar los cadáveres.
Los dos hombres no tuvieron más remedio que confesar su crimen y finalmente fueron quemados vivos dentro de jaulas de hierro.
Sus puestos, sus negocios, fueron destruidos. Hoy, en su lugar se encuentra el garaje de los policías motorizados de la ciudad. Todo lo que quedó como vestigio de aquel teatro del horror es una piedra en el fondo que sería el resto de aquella sobre la que cortaba los cuerpos el pastelero del horror.
Así que si ustedes van a París y quieren darse una pasada por los negocios del barbero loco y el pastelero sanguinario, solo tienen que ir hasta el número 20 de la calle Chanoinesse (antiguamente conocida como Marmousets).
EL RUMOR D’ORLÉANS
“El rumor d’Orléans’ comenzó a circular en mayo de 1969, en la ciudad del mismo nombre. Para muchos, una suerte de teoría de complot que se armó sobre un fondo antisemita para finalmente convertirse en una verdadera leyenda urbana.
A finales del mes de abril de 1969, Francia daba vuelta a una página de su historia con la partida de Charles De Gaulle. Se abría un período de indecisión que parece fue propicio para que surgiera este “rumor d’Orléans”, según el cual varias tiendas de ropa íntima-interior femenina propiedad de judíos organizaban el secuestro de sus clientas, gracias a trampas disimuladas en los vestidores, para entregarlas a redes de trata de personas. Hasta llegó a asegurarse que se utilizaba un submarino capaz de remontar el curso del Loire con la carga humana.
El rumor creció tanto que los servicios de policía se vieron obligados a iniciar una investigación para disipar las dudas y los ánimos amenazantes que comenzaban a formarse alrededor de las tiendas acusadas, varias de las cuales debieron cerrar.
El sociólogo Edgar Morin escribió sobre este caso de delirio e histeria colectiva. Gracias a él, el término “rumor d’Orléans” devino sinónimo de leyenda urbana y ejemplo de caso de escuela del rumor.
Este rumor viajó por toda Francia y escapó hasta América y Corea, donde estallaron rumores similares.
NOTRE-DAME Y LA PUERTA DEL DIABLO
Biscornet era un joven herrero francés muy talentoso del siglo 13. Conocido y solicitado por su trabajo de gran calidad, fue a él a quien se encargó crear las puertas laterales de la Cathédrale de Notre-Dame.
Intimidado por el tamaño de esta responsabilidad, y temiendo perder su reputación, se dice que pidió ayuda al diablo, que aceptó ayudarlo pero a cambio de su alma.
El día de la inauguración, pudo verse que las puertas eran una verdadera obra de arte, una que nadie había visto antes. Pero lo que nadie sabía era que estas puertas no podrían abrirse hasta que fueran rociadas con agua bendita.
Cuando lo hicieron, se salvaron ellas y se salvó también el alma de Biscornet.

EL HOMBRECITO ROJO
En 1564, Catherine de Médicis ocupó su alojamiento en el Palacio del Louvre. Aficionada a la astrología y adepta de la magia, ordenó construir una residencia real a orillas del Sena.
El lugar elegido servía hasta ese entonces de guarida para los amores culpables de los monarcas y sus cortesanos.
Estaba escondido cerca de los galpones donde se hacen tejas (de ahí el nombre de «Tuileries») y de un matadero en el que Jean-el-desollador ejercía su oficio de carnicero mientras observaba las discretas idas y venidas de los grandes señores, que le encomendaban la tarea de vigilar. El nombre de Tuileries quedó unido al palacio y los jardines que lo rodean.
Cuando se les pidió a todos que abandonaran el sitio, los ocupantes del terreno obedecieron, excepto este Jean, que era un cabeza dura y se negó a irse. Él exigía una honorable indemnización para establecerse en otro lugar. Como su solicitud fue rechazada, se puso furioso, lo tomó como una traición de la Corte y comenzó a hacer despertar el odio de la gente común contra “la extranjera”, que era como se llamaba de manera despectiva a la reina-madre.
Jean, que sabía mucho sobre las depravaciones de la Corte y algunos secretos vergonzosos sobre la reina madre, pensó que tendría cómo sacar partido a sus informaciones.
Pero ya Catherine de Médicis tenía un plan para él: ordenó su asesinato. Fue al Chevalier de Neuville a quien se encargó el trabajo.
Llegado el momento, el carnicero, que era corpulento, se defendió ferozmente… pero estaba desarmado. Herido de muerte, cayó de rodillas y en un respiro casi final gritó al asesino: «¡Maldito, tú y tus amos! «¡Volveré!».
Neuville, que lo vio tumbado en el suelo, bañado en su sangre, con los ojos abiertos pero vidriosos, lo dio por muerto.
Así que abandonó al cuerpo y se fue. Pero un poco más adelante, en un callejón oscuro y desierto, sintió una presencia hostil detrás de él. Enseguida se dio cuenta de que alguien lo estaba siguiendo y se dio vuelta. Jean, el desollador, estaba ahí, de pie, a tres pasos, inmóvil, manchado de sangre y desafiándolo con la mirada. Neuville sacó su espada y se lanzó directamente hacia él, pero la hoja solo alcanzó a perforar el vacío.
Sorprendido, decidió volver al lugar en el que asesinó a Jean, para encontrar que el cuerpo había desaparecido.
Cuando Neuville llevó el asunto a la reina, esta se burló. No le importaba la maldición de un despellejador porque ella era capaz de comunicarse con las mismísimas entidades infernales. Todo lo que hizo fue aconsejarle a su sicario que se tome un descanso.
Pero unos días más tarde, Cosme Ruggieri, su astrólogo favorito, le confesó que tuvo una aparición en un sueño. Un fantasma rodeado de una bruma roja le dijo que la reina sería expulsada de las Tullerías y moriría cerca de Saint-Germain. El espectro le dijo también que la maldición sobre Catherine de Médicis pesaría sobre los futuros ocupantes del castillo, que tendría un trágico final: terminaría envuelto en humo.
Poco después, De Médicis vio la sangrienta aparición, en pleno día, y se desmayó delante de sus cortesanos… que no vieron nada.
Supersticiosa como era, acabó dejando el palacio y decidió jamás visitar ningún lugar, ninguna ciudad y ninguna persona de cerca o de lejos cuyo nombre fuera Saint-Germain.
Pero años más tarde, cuando Catherine de Médicis moría en Blois, el joven padre encargado de darle la extrema unción se llamaba Laurent… Laurent de Saint-Germain.
El “hombrecito rojo” fue visto en los tiempos de Henri IV, Louis XIV y Louis XVI.
También en época de la Revolución Francesa y de Napoleón, ante quien se habría presentado para ofrecerle protección y predecir su final.
Sobre el Palacio de las Tullerías: este fue quemado por la Comuna de París en 1871.
¿Listos para un Halloween à la française?
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