
«La nostalgia es una trampa, y la lucidez perversa de la nostalgia consiste en que magnifica lo negativo del recuerdo, borra lo malo y deja lo bueno».
Esto lo dijo Gabriel García Márquez en una entrevista y sus dichos nos vinieron a la mente nada más que al comenzar a ver la película francesa Los años más bellos de una vida ( Les plus belles années d’une vie ), que -tras tres años de espera- viene de estrenarse en la cartelera de México, gracias a la distribuidora Cine Caníbal.
Se conocieron hace mucho tiempo. Un hombre y una mujer, cuya historia de amor fulgurante, inesperada, atrapada en un paréntesis que se hizo mítico, revolucionó nuestra forma de ver el amor. Hoy, el antiguo piloto de carreras se pierde un poco en los caminos de su memoria. Para ayudarlo, su hijo buscará a aquella que su padre no supo conservar pero que evoca sin cesar. Anna volverá a ver a Jean-Louis y a retomar su historia, la que ellos habían dejado…




Fotos cortesía Cine Caníbal
Si bien la nostalgia en este filme nos llega anunciada desde su prehistoria, su primera brillante trampa radica en que logra trascender desde esta última para seguir creciendo, incluso hasta después de los créditos finales.
Es que, además de que la película cierra la obra maestra en clave de tres de Claude Lelouch -que comenzó con Un homme et une femme y siguió con Un homme et une femme : Vingt ans déjà-, a México llega casi inmediatamente después de la partida de uno de sus coprotagonistas: la del gran Jean-Louis Trintignant, ocurrida el 17 de junio de este año.
De manera que, por donde quiera vérsela, el aura nostálgico está ahí. Nos atrevemos a decir que puede ser palpable incluso entre quienes no conozcan las precuelas ni sufran la pérdida de Trintignant.
La segunda trampa brillante que hace lo suyo en función de la nostalgia es el tiempo que decide manejar Lelouch: elípticamente, el director va en dos tiempos. Es así como los espectadores subimos a bordo de un tren que nos hace, no solo ir y venir, sino ver y rever, porque en esta propuesta salen a bailar a la pista varios pedazos del primer largometraje.
La fina y tercera es la de la memoria. Ya que el protagonista masculino ha comenzado a perderla, en algún punto, junto con él caemos en la trampa de no poder resolver con facilidad qué está ocurriendo realmente y qué no.
Con la revisión histórica de su vida llegamos a una cuarta: aquí no se trata tanto de conocer qué ha pasado con la vida de ella, sino de saber lo que ha sido de la de él. Y también a su lado nos preguntamos: ¿Fue suficiente? ¿Tuvo sentido?
Al final, quizás esto último no importe tanto como la verdad que compone el sostén del personaje y de la cinta: haya vivido lo que haya vivido, nunca olvidó a Anne -mención especial para Anouk Aimée; siempre regia, siempre maravillosa-, quien constituye toda su reserva, ahora que la vida se le va borrando.
Emotiva, dulce y, por momentos, onírica, Los años más bellos de una vida consigue construir, a partir de las brillantes trampas de la nostalgia, un collage sensible y, contra cualquier pronóstico, necesario.
Los años más bellos de una vida
Les plus belles années d’une vie
Claude Lelouch
Francia, 2019
90 min

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