Luego de que su hermano más chico muriera en extrañas circunstancias en las que podría estar involucrada la policía, Abdel es llamado a volver del frente… para encontrar a su familia destrozada y desbordada. Entre los deseos de venganza de su hermano Karim, el negocio en peligro de su hermano mayor, que es dealer, Moktar, y la intermediación de las autoridades, intenta calmar las tensiones. Minuto a minuto, la ciudad de Atenea se transforma en un fuerte, teatro de una tragedia familiar y colectiva por venir. En el momento en el que cada uno piensa haber encontrado la verdad, la ciudad está a punto de caer en el caos.
Con espectacularidad, base social y a un ritmo trepidante que se mantiene durante sus primeras tres cuartas partes, la dupla explosiva Romain Gavras – Ladj Ly nos abre varias ventanas de un violento drama que se desarrolla en una de las capas de la Francia profunda, en una de sus banlieues.
La primera, nos permite ver desde el lugar de Karim -interpretado con mucha fuerza y mucho tino por Sami Slimane- y su banda de amigos/colegas, quienes se unen a su reclamo de justicia.
La segunda, desde el de la situación de Moktar y sus ‘socios’, que a toda costa intentan salvar su negocio.
La tercera, desde la posición de la comunidad musulmana, a la que también pertenece con especial presencia Abdel.
La cuarta, no tanto desde sino hacia el resto de los habitantes del complejo habitacional, dentro de quienes se encuentra la madre de Abdel y Karim.
La quinta, nos hace acompañar a Jérôme, un policía que queda atrapado en el caos, que lucha por mantenerse a salvo y que está encarnado por el grande Anthony Bajon, ese joven y talentoso actor francés que viene ascendiendo a todo lo que da en el cine francés.
Los dos hermanos sobrevivientes mantienen miradas opuestas. Mientras el mayor espera una justicia pacífica y legal, el menor espera conseguirla por manos propias.
Y esa es la base para que los conflictos entre cada grupo actor se desaten en una ola de violencia que rápidamente se saldrá de control.
Él es frágil, lo sabes. Debes estar ahí por él.
Estas palabras de la madre terminan de sellar la posición de Abdel: ante todo, cuidar y salvaguardar a Karim.
Pero para Karim es un todo o nada: además de la esperanza, ya perdió el miedo a la muerte.
El in crescendo del descontrol y el sin sentido total, que quizás no consiga mejor representación simbólica que en las imágenes del caballo blanco, hace lo suyo, atrapa la atención al 100.
Porque en todo esto, el espectador, como Karim, quiere llegar a la verdad: ¿quiénes son las caras del asesinato del pequeño en nombre de quien se vive todo este drama?
Pero, entre planos impresionantes, propios de una película de guerra, recursos exitosos del género de acción e interpretaciones convincentes y movedoras, el relato de pronto amenaza con tornarse cansino.
En ello, algo tiene que ver el cambio de tono hacia el final que surge en el personaje de Abdel. Quizás sea este un punto flojo en la película: esta transición casi puede verse forzada y revela en mucho el desenlace.
Es que, después de mantener una actitud férrea durante todo el filme, ¿se justifica el abrupto cambio de actitud? ¿Por la tragedia de la que es testigo? ¿En razón de las pérdidas familiares? ¿Como consecuencia del recién adquirido entendimiento de que la justicia podría no llegar?
Como sea, hay que insistir, ese giro casi-final termina siendo mucho más fácil de adivinar que el final-final, que resulta brillante y viene a funcionar en doble sentido: en el plano ficcional, deja claro de quién sería la responsabilidad inicial y, en el extraficcional, advierte sobre un nuevo tipo de violencia social.
Un filme emocionante que con mucha espectacularidad y como una especie de aviso confronta al espectador con algunas de las piezas que conforman a la sociedad francesa actual, como la multiculturalidad y sus conflictos, los nuevos extremismos o la tensa relación entre las comunidades urbanas extrarradio y las fuerzas policiales.
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