
A principios de 2020, una noticia sacudía a la opinión pública francesa: la escritora/editora Vanessa Springora estaba por publicar un libro, Le consentement, en el que develaría un hecho que la atormentó por años: el de la «relación» (bien entre comillas) que se estableció entre ella, a sus 14 años, con un hombre de 50: un prestigioso autor francés, el abierto y confeso pedófilo Gabriel Matzneff.
Lo que vino a sumar polémica a lo ya repudiable es que, a la vez que Springora denunciaría en este texto al escritor, lo haría también a toda una comunidad que legitimó no solo este vínculo sino toda una vida de conducta criminal de Matzneff. Y, ¿quiénes fueron parte de esa comunidad? Pues, desde la clase intelectual y política, pasando por las editoriales (el escritor publicó varios libros en los que detallaba sus «gustos» pedófilos) y medios de comunicación (suficientes archivos de video muestran a este escritor hablando alegremente sobre su identidad pedófila en entrevistas a lo largo de muchos años), hasta el público: solo salvo contadas excepciones, como la de la escritora/periodista canadiense Denise Bombardier, que se atrevió a calificar públicamente de perversa y aberrante la conducta de este señor (lo que le costó -¡a ella, no a él!- el castigo de toda una industria editorial machista y cómplice), vale decir que, en general, incluso los asistentes a los programas en los que se entrevistaba al intelectual tomaban como divertidas sus declaraciones delincuenciales.
¿Síntoma de una época? ¿Puede haber estado bien que en las décadas de los 60-70-80, ¡y hasta la de los 90!, se mirara complacientemente a la pedofilia?
¡Claramente no! Nunca lo estuvo. Eso es lo que, a través de un relato desgarrador nos enseña esta escritora.
« À quatorze ans, on n’est pas censée être attendue par un homme de cinquante ans à la sortie de son collège, on n’est pas supposée vivre à l’hôtel avec lui, ni se retrouver dans son lit, sa verge dans la bouche à l’heure du goûter. »
«A los 14 años, no se supone que te espere un hombre de 50 años a la salida del colegio. No se supone que se viva en un hotel con él ni que te encuentres en su cama con su verga en la boca a la hora de la merienda».
No hay fórmulas literarias especiales aquí. El consentimiento es un testimonio directo -muchas veces, bastante incómodamente explícito-, franco, simple (dentro de lo que cabe) que a la vez que cuenta su caso, muestra cómo actúa este tipo de depredadores y cómo y por qué sus víctimas van quedando -bajo la apariencia de connivencia o de «consentimiento»- atrapadas en sus redes. También, otros «detalles» sórdidos de la vida pedófila de este hombre que, sinceramente, golpean directo en el pecho.
Se trata de una aún niña que no encontró apoyo en su entorno. Como no lo encontraron otras chicas que también fueron presas de este monstruo.
Al final de una narración que transcurre desde su niñez hasta su vida adulta, queda claro que Vanessa no podrá algún día sanar por completo su trauma ni su sensación inmerecida de culpa. Pero para quienes podemos ver la situación desde fuera, ella solo fue una víctima: de este hombre y de la sociedad que lo avaló y calló sus crímenes.
Una historia para leer con estómago de hierro.