
En Coucou Lola !, ya que no estamos en Francia, queremos vivir en una burbuja francesa permanente y, por suerte, mucho de/en la Ciudad de México nos lo permite.
México tiene una larga historia de inmigración francesa. Según registros oficiales, la población gala censada hasta el año 2009 en este país rondaba los, al menos, 25 mil ciudadanos. Estos registros, como decimos, datan de hace nueve años y ni siquiera entonces reflejaban la población no registrada: es decir, no incluyeron a todos los franceses que, aunque viviendo en México, no hicieron su respectivo censo consular.
Para esa misma fecha se calculaba a los descendientes mexicanos de franceses en 17 millones, lo que constituía ya 13% de la población mexicana.
Vale decir que la llegada de franceses, si bien se inició desde la misma época de la colonia, tuvo un interesante, importante y especial repunte durante dos períodos políticos e históricos en especial: la Invasión Francesa (1862-1867) y El Porfiriato (1876-1911).
Ah, les macarons: esos trocitos de cielo
Según la historia más aceptada y difundida, los macarons tendrían un origen árabe. En Siria, por ejemplo, se los conoce con el nombre de «louzieh» («amande=almendra»).
Las primeras recetas de esta delicia de las que se tiene constancia datan de El Renacimiento, época en la que se importaba las almendras a Francia desde Italia. Precisamente, «macaron» viene de «macaroni» o «maccherone» y, sí, se refiere a pasta, pero a la pasta de almendra, ingrediente principal de esta delicadeza azucarada.
Habría sido Catherine de Médicis quien los introdujo en París en 1533, a partir de su matrimonio con el rey Henri II. El escritor François Rabelais sería el primero en mencionarlo, en 1552.
El macaron fue pasando de París a otras regiones de Francia en las que fueron creando sus propias recetas: en Reims, en Nancy, en Saint-Jean-de-Luz, en Montmorillon, en Boulay, en Lannion, en Châteaulin, en Amiens, etcétera.
Fue el maestro pastelero Adam quien brindó macarons al rey Louis XIV a propósito de su boda en 1660 con Marie-Thérèse. Y, cuando el rey decidió residir, y llevarse a la Corte con él, en el Château de Versailles en 1682, los officiers de bouche (el personal a cargo de las comidas del rey) le servían estos dulces, tradición que se mantuvo durante todo el Antiguo Régimen.
En Nancy, los macarrones eran preparados por comunidades religiosas. Fue desde 1792 cuando las Dames du Saint-Sacrement, Marguerite Gaillot et Marie-Elisabeth Morlot, comenzaron a venderlos.
En 1854 apareció la famosa receta de macarons de Boulay. Al principio, el macaron era una simple galletita de almendras, crocante en el exterior y esponjosa en el interior.
En 1830, las capas se comenzaron a ensamblar de a dos y se rellenaban de mermelada de especies o de licores; después, también con diferentes cremas, como la ganache: mezcla de chocolate y crema fresca.
A principios del siglo XX, la Maison Ladurée de Paris coloreó el macaron y lo presentó tal como lo conocemos en su forma actual: variopintos y multisápidos. Así fue cómo se popularizó en lugares de la capital francesa como en Belleville o en el Salon de Thé Pons, en el Quartier latin.
A la caza de las mejores pâtisseries y boulangeries françaises en la capital mexicana, nos llegamos hasta la Maison Kayser (en su sucursal de la Torre Manacar) para probar algunos de sus macarons.
¿Por qué amamos los macarons de la Maison Kayser?
- Porque tienen el perfecto «crocante en el exterior; esponjoso en el interior».
- ¡Porque saben a almendraaaaaa! (juramos haber probado alguna vez algún macaron que ni siquiera sabía a almendra).
- Porque se deshacen en la boca.
- Porque son realmente frescos.
- Porque sus sabores constituyen una verdadera invitación al placer: probamos los de chocolate, maracuyá y ¡moleeeeeeeeeee! Pensamos que habíamos muerto y estábamos en el cielo de las pâtisseries.
- Porque su sabor es tan increíblemente francés que por un momento nos sentimos en la mismísima corte de Louis XVI (sabemos que a Marie-Antoinette le encantaban los macarons). Ni siquiera la mexicanización a la que se atrevieron con el de moleeeeeeeeeee (no podemos parar de gritarlo, ¡está increíble!: con una perfecta dosis de picor que te hará levitar, prometemos) los aleja de lo francés.
- Porque nos atendieron muy bien, a pesar de todo lo que nos demoramos en elegir estos tres sabores (no es fácil, ¿eh?).
- Por su relación precio-calidad: por solo 22 pesos, este trozo de una felicidad que te durará para toda la vida.
¡Tienen que visitar a la Maison Kayser y probar sus delicias francesas!
Busquen su sucursal más cercana AQUÍ.
(con información de LCFF Magazine)